viernes, 15 de enero de 2010

Hablemos de Haití, hablemos del Poder

Desconozco si los espectadores occidentales somos conscientes de nuestros gustos cambiantes a la hora de recibir las noticias desde las diferentes partes del mundo. El occidental medio digiere las noticias de origen occidental como si estuviera asistiendo a una película de ficción, mientras que cuando digiere las noticias de origen no occidental prefiere hacerlo como si estuviera viendo un documental. Una variable incontestable de este modelo de consumo de imágenes son las imágenes de muertos que estamos dispuestos a soportar a priori.

Un terremoto ha provocado en Haití miles de muertos y heridos, que va a desembocar en miles de refugiados y damnificados, y en daños materiales de enormes proporciones. Televisiones, periódicos y radios occidentales están fabricando sin cesar miles de relatos que se actualizan día a día, casi minuto a minuto. Son imágenes y palabras donde se apilan los muertos, donde se fotografía en primer plano el horror de los muertos y supervivientes. Sangre, polvo, fracturas de huesos, manos y piernas que asoman de los escombros, una voz de socorro, un llanto de niño, etcétera.

Una primera reflexión debería llevarnos a cuestionar por qué hay unos muertos que son visibles y por qué hay otros que no. Curiosamente coinciden las categorías Muertos Visibles-Muertos No Occidentales y Muertos Invisibles-Muertos Occidentales. Estados Unidos prohibió la circulación de imágenes de las víctimas de los ataques del 11 de septiembre de 2001, por ejemplo. Porque nuestras víctimas tienen dignidad... Y aquí hubo polémicas porque desde la Asociación de Víctimas del 11-M se pidió a los medios de comunicación (desde que se conmemoró el primer aniversario) que tuvieran cuidado con las imágenes que se publicaran, porque primero los muertos y heridos, y después sus familiares y amigos, tienen derechos que deben ser respetados.

Pero... ¿qué ocurre cuando los muertos pertenecen a eso que nosotros los del primero llamamos Tercer Mundo? Que llega el atracón que nos retrata como perfectos espectadores bulímicos. Este espectador construído (porque no ha surgido por generación espontánea) se ha ido moldeando al gusto de unas pocas empresas de la comunicación (del Primer Mundo), pertenecientes a su vez a grandes holdings de poder, que gestionan la mayoría de imágenes y noticias (de todo el mundo). Valgan como ejemplo datos como "que las agencias de prensa de los países ricos manejan 37,5 millones de palabras diarias frente a 0,3 millones de las agencias del (hemisferio) Sur; que el noventa por ciento de los satélites de comunicación pertenecen a los países industrializados; que el noventa por ciento del mercado audiovisual mundial procede de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón..." (Ediciones HOAC en "Industrias de la conciencia y cultura de la satisfacción").

Esta dinámica empresarial globalizadora no sólo construye a un espectador-tipo: también construye una imagen estereotipada de los países pobres y, claro, de nosotros mismos, los países ricos. ¿Cuántas imágenes de ciudadanos norteamericanos arruinados viviendo debajo de los puentes en las grandes ciudades de Estados Unidos hemos visto en Europa? Ninguna o muy pocas. Las noticas propagandísticas del Imperio constatan en cada momento que no se tolera una mala imagen de sí mismo proyectado a sus colonias y, mucho menos, a sus enemigos. Todas las grandes cadenas televisivas de cada colonia tienen un corresponsal en Washington. Cuando nos llegan imágenes, el reportero suele aparecer delante del Capitolio en un bella composición, y casi siempre, las noticias tienen que ver con actuaciones de los personajes que escenifican el poder en el Imperio. Y esto es pura ciencia-ficción o, lo que es lo mismo, una gigantesca estrategia de la distracción y del entretenimiento.

Los documentales (y los muertos) los dejamos para dar cobertura de las desgracias que ocurren en los países pobres, donde las imágenes nos hablan (porque nos han dicho y convencido que ver es comprender) de que todo lo que no ocurre en Occidente está marcado por una excepcionalidad (catástrofes naturales, matanzas y otro tipo de violencias) que para nosotros los espectadores occidentales termina siendo puro entretenimiento, después de haber pasado por fases insufribles de "sensibilización" y "muestras de solidaridad".

Porque también utilizamos estas imágenes del Tercer Mundo para contarnos a nosotros mismos que, a pesar de todo y de considerar que las que no son nuestras víctimas no tienen dignidad, somos buenos y solidarios. ¿A qué sí?

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