miércoles, 10 de marzo de 2010

Crónica de una entrevista fallida a un pirata somalí

La cita es en el paseo marítimo de Mogadiscio, enfrente de la mezquita mayor, a las 10 de la mañana. Según acordamos, el pirata Black Bart y su grupo vienen a buscarme en una lancha para realizar la entrevista en alta mar.

El pirata Black Bart posa con un gesto amenazante característico.

La noche ha sido muy mala: no he pegado apenas ojo. Aquí los disparos no cesan ni de día ni de noche. La mañana también ha arrancado mal: he tenido que esperar en el hotel veinte minutos, el tiempo que han tardado unas treinta unidades de las fuerzas leales al gobierno somalí en repeler un ataque de las milicias de la Unión de Tribunales Islámicos (UTI). Desde la ventana de mi habitación he sido testigo de la batalla campal. Los policías, o los militares, yo no sé qué son, han tenido que salir huyendo, dejando sin atender a los cuerpos de cuatro de sus unidades. La sangre alrededor y su inmovilidad me hacen suponer que estaban muertos. No obstante, un terrorista barbudo ha ido uno por uno rematándolos. Después de diez minutos de calma, he salido. 

El trayecto que hay entre el hotel, en la vieja Mogadiscio, y la mezquita mayor, en la nueva, tiene unos dos kilómetros. Nada más salir a la calle, cuando doblo la primera esquina, cuatro terroristas de la UTI persiguen y alcanzan a tres mujeres jóvenes que huyen clamando perdón. Les patean en el suelo, llamándolas indignas y gritando repetidas veces "Alá en su sabiduria es grande". Como periodista de raza que soy me intereso por el caso, me introduzco en el grupo pateador y le pregunto qué ocurre a uno de los terrroristas. Me pide que participe en este ancestral ritual socio-religioso, porque Alá en su sabiduria es grande. Como periodista de raza que soy, vuelco sobre el acontecimiento todo lo que apredí en "Callejeros" como reportero becario. Por lo visto, y de esto llego a enterarme mientras agredimos a las infieles, las mujeres no pueden hablar en público en grupos sin la presencia de un terrorista. 

Cuando terminamos, los cuatro terroristas deciden arrodillarse para ofrecerle una plegaria a Alá: dos se arrodillan mirando hacia una dirección y otros dos hacia la contraria. Discuten sobre la dirección de La Meca. Uno de ellos amezana con disparar a otro si no se arrodilla en su dirección, pero no se amedrenta y dice: "Me da igual morir ahora mismo, yo tengo razón, La Meca está hacia allí". Antes de levantar la mano para señalar la dirección recibe un tiro en la cabeza de su compañero. Ahora los tres rezan en la misma dirección, la contraria a La Meca por cierto, según la brújula que acabo de sacar del bolsillo, de la colección por fascículos "Grandes aventureros" que me regaló mi madre. No les digo nada del error: es el punto uno del manual de estilo de "Callejeros", no llevarle la contraria a los personajes conflictivos como drogadictos, síndromes de Diógenes, gitanos, islamistas, etcétera.

Todos los hombres con los que me cruzo antes de llegar al lugar de la cita con Black Bart son terroristas que van armados hasta los dientes. Cuando me estoy acercando a la puerta de la mezquita, a la altura del puerto, empiezo a notar un alboroto fuera de lo común. Conforme me voy acercando me voy enterando: una masa de entidades terroristas (hombres, mujeres, niños y algún perro) se arremolina contra un hombre que ha sido enterrado de cintura para abajo. Le están lapidando, acusado de ser adúltero con una joven. Un terrorista me ofrece una piedra angulosa. Me hago el tonto. Los nervios casi delatan mi occidentalidad, pero mi barba de seis meses disuade al terrorista de seguir sospechando. No obstante, cogo la piedra, apunto al ojo derecho del adúltero y fallo. Después cogo otra, y otra. A la cuarta acierto de lleno en la parte de arriba: "así cualquiera, ya estaba muerto", me dice un terrorista que me recuerda al del cuñao de Jesús Quineto cuando se rie.

En este momento doy gracias a mi santa madre, que me puso en aviso cuando se enteró de que tenía que desplazarme a Somalia para entrevistar a un pirata; me dijo "déjate mucha barba, hijo, que allí son muy guarros". Ahora parezco Bakunin, pero interactuo con cierta dignidad en los juegos y con los habitantes de Mogadiscio, por los que me ha bastado un día para cogerles una gran simpatía. 

La masa lapidadora se disuelve cuando desde una lancha que viene haciendo eses hacia el puerto se producen varias ráfagas de disparos. Es Black Bart, que llega junto a su banda de cuatro hombres a tierra. Me invitan a subirme; antes le pido a Black Bart que pose para la fotografía.

Nada más subir a la embarcación me ofrecen todo tipo de bebidas alcohólicas: botellas de whisky, de ron, de cerveza, incluso de un Rioja alavesa. No tengo costumbre de beber mientras trabajo pero accedo a una copita de ron. Es el punto dos del código deontológico de "Callejeros": si hace falta beber se bebe, si hace falta drogarse se droga, no hay que obsesionarse con las malas dicciones y los malos encuadres, total, luego todo se arregla en el picadito del montaje. 

Uno de los lugartenientes de Black Bart introduce una cinta de cassette en un viejo reproductor. Salimos pitando al tiempo que empieza a sonar a todo trapo la canción de Julio Iglesias "Soy un truhan":

Confieso que a veces soy cuerdo y a veces loco,
y amo así la vida y tomo de todo un poco.
Me gustan las mujeres, me gusta el vino,
y si tengo que olvidarlas, bebo y olvido.

El pirata Black Bart me hace el gesto de que le gusta la canción con el pulgar; dispara varias veces al aire y se traga medio litro de qué sé yo. Y me invita a sentarme a uno de los lados de la embarcación.

El pirata Black Bart se acerca hasta mí y me dice, tartamudeando, a voz en grito, borracho y en francés, "empieza la entrevista, amigo". Saco la grabadora y le doy al REC. ¿Por qué sois piratas?, le pregunto a bocajarro. Black Bart cambia su gesto alegre y me apunta con el cañón de su arma en la frente. Yo trago saliva. Black Bart me responde secamente: "Como vuelvas a llamarme pirata te vuelo la tapa de los sesos". En ese momento se deja caer lentamente sobre mis piernas. Black Bart se ha quedado dormido, su dedo índice derecho está a punto de darle al gatillo, y su arma sigue apuntándome a la cabeza.

Mujeres en mi vida hubo que me quisieron,
pero he de confesar que otras también me hirieron.
Pero de cada momento que yo he vivido
saqué sin perjudicar el mejor partido.
 

Otro de los piratas se acerca y me dice: "No entendemos porque nos llamais piratas, ya somos mayorcitos para merecer el trato de terroristas. Enténdelo, nos duele esa discriminación que nos haceis los occidentales". 

Me quedo quieto: la situación me parece, cuando menos, embarazosa. ¿Tú no bebes?, le pregunto. No, soy un infartado, me responde, y el médico me ha prohibido el alcohol, el tabaco y las drogas. Otros dos de la pandilla, que se han sentado enfrente, están inhalando el contenido de una bolsa de plástico. El pirata Black Bart empieza a roncar. El subidón de los otros dos les hace disparar al aire mientras pronuncian frases ininteligibles y sueltan risas a trompicones. El conductor de la embarcación baila de manera muy animada la canción de Julio Iglesias, me hace el signo de la victoria entre risas. Le hago con el brazo el gesto de dar media vuelta; él me devuelve un "ok" con el pulgar pero sigue para adelante, con una sonrisa de oreja a oreja.

Y es que yo
amo la vida y amo el amor.
Soy un truhán, soy un señor,
algo bohemio y soñador.

Intento zafarme del cuerpo del pirata Black Bart hasta que me quito el fusil del mentón. Black Bart se sobresalta y dispara su arma accidentalmente; acto seguido vuelve a dormirse, otra vez con su arma apuntándome, esta vez al estómago. Vuelvo a tragar saliva. Me he quedado en una posición desde la que no puedo girarme para mirar al conductor. De repente, el motor de la embarcación se para. El conductor llega a donde estamos todos y se chuta heroína en una vena del cuello. 

Y es que yo
amo la vida y amo el amor.
Soy un truhán, soy un señor,
y casi fiel en el amor. 

Le pregunto al infartado si él sabe conducir. No me responde. Fuerzo la posición de mi cabeza sin apenas mover el cuerpo: el infartado tiene la cabeza destrozada de un disparo. El conductor me señala un atunero vasco que se ve en la línea del horizonte y antes de recostarse para dormir la mona me dice: "un día de estos, iremos a por aquel".

 Confieso que a veces soy cuerdo y a veces loco,
y amo así la vida y tomo de todo un poco.
Me gustan las mujeres, me gusta el vino,
y si tengo que olvidarlas, bebo y olvido.

La situación es límite. Me pregunto qué hacer. Pero no obtengo ninguna respuesta. En estos casos solamente se me ocurre llamar a mi madre. Su sordera le provoca una fantasía desbordante que siempre termina por contagiarme.

- Mamá, soy yo. ¿Me oyes?
- ¿Estás es una fiesta, hijo? Oigo una canción de Julio Iglesias.
- No estoy en una fiesta, mamá.
- No te oigo hijo, díle al Diskjokey que baje la música o sal tú de la discoteca.
- No estoy en una fiesta, mamá. Estoy con los piratas, ¿recuerdas?

Me gustan las mujeres, me gusta el vino...
Y si tengo que olvidarlas, bebo y olvido.

Black Bart hace "Schhhh" con la boca, y repite enfadado "como vuelvas a llamarme pirata te vuelo la tapa de los sesos".Y vuelve a dormirse.

- Hijo, esa canción le encantaba a tu padre. ¿También la escuchan los barbudos?
- No son barbudos, mamá. Son... son terroristas - le grito desesperado.
- ¿Pensionistas? Yo pensaba que te ibas al extranjero.

Y es que yo
amo la vida y amo el amor.
Soy un truhán, soy un señor,
algo bohemio y soñador.

- ¿Y que tal por Benidorm?
- Bien tirando a muy mal. Te tengo que colgar.
- Muy bien hijo, tráeme un recuerdo.

La conversación con mi madre me ha inyectado la temeridad que se precisa en este momento. La canción "Soy un truhan" termina. En un rápido movimiento dejo caer mi cuerpo para atrás, hacia el agua. El arma de Black Bart vuelve a dispararse: y el tiro le vuelve a dar al infartado. 

Empieza a sonar "La vida sigue igual"...

Hasta la costa hay unos ciento cincuenta metros. De nuevo, me acuerdo de mi madre, que tanto le insistió a mi padre en que hiciera las extraescolares de natación. 

La entrevista se me ha ido a tomar por el culo porque la grabadora no es sumergible. Después pienso que la cámara de fotos tampoco. Pero no me vengo abajo. Asumó la parte de ficción de este relato: la fotografía de arriba no pertenece a Black Bart, sino a una que he cogido al azar en Google sobre unos resultados después de haber tecleado en el motor de búsqueda "pirata somalí armado". Que la ficción tenga lugar en beneficio de la audiencia. Pienso que así es como piensan los periodistas de raza.

Unos que nacen, otros morirán;
unos que ríen, otros llorarán.
Aguas sin cauce, ríos sin mar,
penas y glorias, guerras y paz.

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