lunes, 22 de marzo de 2010

Cualquier cosa menos comprar y consumir...

He aquí cinco fotografías del interior del centro comercial Plenilunio (Barajas, Madrid), extraídas de una búsqueda en Google.






Como puede verse en las fotografías seleccionadas, Plenilunio es un centro comercial al uso: espectacular en sus dimensiones, diseño arquitectónico a la última, iluminación suprema con sus luces y brillos incesantes, largos pasillos con varias alturas con las tiendas, bares-restaurantes, cines... de las multinacionales bien alineadas, etcétera. En principio, nada nuevo con respecto a otros centros comerciales.


Sin embargo, este centro comercial puede presumir de una novedad (una novedad en comparación a otros centros comerciales en los que el Pez Abisal ha tenido la desgracia de sufrir en compañía de la masa). A lo largo y ancho de sus interminables pasillos hay escritas infinidad de palabras desbordantes de su propio significado (llámense también mensajes totalitarios).


Como si con el espacio en sí (con las características mencionadas en el párrafo de más arriba) no bastase para expulsar al consumidor clase-media del mundo del negocio (al ahí afuera del centro comercial, donde no sé es libre), para lograr una ilusión de libertad en este mundo del ocio (el aquí dentro del centro comercial), donde se compra, donde uno se entretiene o donde, simplemente, uno va a pasar la tarde del domingo... Bueno, pues además de eso a alguien se le ha ocurrido la brillante idea de colocar estos mensajes escritos para recordarle al consumidor que él mismo, quien lee esas palabras allí, junto con todos y cada uno de aquellos que transitan de una tienda a otra, o que beben algo en un descanso, o que hacen cola en la taquilla del cine, etcétera, efectivamente, están siendo partícipes y protagonistas de otra cosa diferente a lo que realmente está sucediendo.


Verbos como compartir, educar, enseñar, valorar, respetar, y un largo etcétera; y sustantivos como vida, luz, ecología, color, alegría, y un largo etcétera; se alinean en paralelo a las tiendas, a los bares-restaurantes y a los cines de las multinacionales en un discurso totalitario donde, como no podía ser de otra forma, no aparecen los términos consumir, comprar, y otros tan denostados, seguramente por ser demasiado fieles a eso que llamamos realidad.


Con esta estrategia del despiste lo que se pretende es ubicar y reubicar al receptor de estos mensajes (verbales y no verbales), que pulula medio zombi por los no-lugares que conforman estos centros comerciales, en un lugar simbólico (no-real) lo más alejado posible de su propia vida y de sus propios actos; resumiendo, se inserta al consumidor abstracto documental en un mundo concreto de ficción.


Con esta puesta en escena no hay fricción alguna a la hora de que el consumidor clase-media se meta en el personaje que se le ha asignado allí dentro. Porque en un centro comercial no hay personas que compren ni consuman, sino que hay actores y actrices que se mueven por un escenario donde tienen que interpretar el papel de un alguien que compra o consume...

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