jueves, 1 de agosto de 2013

Nosotros, los inmortales

No debe sorprendernos el tipo de relatos que nos ha proporcionado a los espectadores el accidente ferroviario de la semana pasada en Santiago. El poder mediático, movido desde la distintas plataformas partidistas del espectro político, ha puesto sobre la mesa varios elementos de ficción con los que ha construido sus relatos, a la medida de sus lectores. De esta forma, unos medios han perfilado la figura de un antagonista, un antihéroe, un culpable…, el maquinista, a quien se le ha cargado con toda la responsabilidad de la tragedia, atribuyendo al accidente la única causalidad de un error humano; mientras que otros medios han perfilado la figura de otro antagonista, más complejo quizás, la de un Gobierno cuya política de recortes ha dejado a las vías de Alta Velocidad sin la seguridad necesaria para salvaguardar la vida de los viajeros. El ruido mediático que ha dejado el descarrilamiento que provocó casi 80 muertos es mayúsculo; y el debate se sigue moviendo en esa absurda y sucia dialéctica, de las dos partes, entre unos y otros, con la (siempre dudosa) búsqueda de la verdad como arma arrojadiza que ambos lados se arrojan con cierta arrogancia. Curiosamente, ambos relatos comparten una misma entidad narrativa heroica, la de los habitantes de la parroquia de Angrois, cuya participación en las labores de evacuación de muertos y heridos ha merecido el aplauso de todos. Mientras sigamos compartiendo héroes, aunque sean tan fugaces como los vecinos de Angrois, evitaremos una guerra civil que ahora solamente tiene lugar en el plano verbal. Pero salgamos del ruido…

La ideología, nuestra ideología, lo que somos y que se encuentra por debajo del relato mediático que nos enfrenta, se hace hueco en eso de lo que no se habla en los medios, o en eso que apenas se apunta porque se da por hecho, tanto de este accidente como de otros similares. Y tiene que ver con el cada día más difícil encaje que tiene en nuestro lenguaje el término “accidente”; y tiene que ver, sobretodo, con la cada vez más marcada invisibilización de la muerte misma. Cuando ocurren este tipo de acontecimientos, que de forma neutral podríamos llamar accidente, en donde el número de víctimas mortales es, de alguna forma, elevado, enseguida los medios hacen mención a la necesaria presencia de los servicios de atención psicológica, para ayudar a los familiares de los muertos, a los propios supervivientes y, en este caso, a los vecinos de Angrois, a superar el “trauma” vivido. Quedémonos con la idea: superar el trauma. Sujeto, verbo y predicado; los supervivientes deben superar el trauma. Otro relato que los medios lanzan al aire y del que nunca se vuelve a saber después.

La psicología oficial habla de hacer frente al trauma mediante la ordenada superación, en el sujeto que ha sufrido la pérdida, de las etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Quizás lo que menos importe ahora sea constatar que la superación de estas etapas sean una fórmula estándar que pretende uniformizar el proceso individual de asimilación de la pérdida, porque en realidad cada uno lo vivirá como buenamente pueda, cada uno tendrá una vivencia diferente de lo que haya supuesto la pérdida, y a cada uno el trauma le dejará una marca a la medida de sus propios recursos existenciales para hacer frente a semejante acontecimiento. Dejando por sentado que cada uno va a tener su propia experiencia traumática, independientemente de las herramientas que la psicología oficial les ofrezca, quizás haya que poner el foco en la imagen mediática que se da de unas personas desvalidas que, por si mismas, no pueden hacer frente al trauma. Como si ya no tuviéramos recursos propios para asimilar un fatal accidente ni la idea misma de la muerte. Como si no tuviéramos licencia para experimentar de manera singular la vivencia del dolor y de la muerte ajena.

También cabría preguntarse de qué forma encaja ese trauma individual de cada uno de los que han perdido a un familiar o a un amigo, o de cada superviviente, en el trauma colectivo de quienes hemos sido espectadores del accidente, mediatizados por un relato espectacular que, de forma evidente, ha hinchado la historia por la vía del sensacionalismo. Nosotros, los espectadores, hemos llegado al trauma colectivo por el relato espectacular mediático, y damos por hecho que los supervivientes necesitan ayuda psicológica (no tengo claro de si esta ayuda sería un contrarrelato o un correlato) para superar su trauma individual. De fondo, asoma el retrato de una sociedad miedosa, que niega lo accidental de la existencia y no acepta la muerte como un hecho inexorable que nos llega a todos, por vejez, por enfermedad o por accidente. En su concepto de biopolítica, Michel Foucault plantea que el control social va más allá de la ideología y que el Poder necesita controlar el cuerpo de los individuos. Y quien dice el cuerpo, dice los sentimientos. Es el biopoder el que ha construido una sociedad maleable mediante el control individual de los cuerpos que la componen.

(Me estoy perdiendo. La pregunta exacta es: ¿cuándo hemos dejado de morirnos los occidentales?)

Hace unos años leí la “Historia de la muerte en Occidente”, de Philippe Ariès (Ed. El Acantilado, Barcelona, 2000), donde traza un camino de invisibilización desde la Edad Media hasta nuestros días, es decir, desde aquellos días en los que la muerte era familiar hasta estos donde nuestra relación con ella se sostiene a partir del rechazo, del miedo y de la angustia. Escribe Ariès que “habrá que esperar hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX, para que la muerte dé miedo verdaderamente, y entonces dejará de ser representada”.

En Occidente ya no morimos. No nos dejan morirnos. Hemos matado a la muerte. Quizás aquí nazca el trauma existencial cuando entramos en contacto con ella, a través de la muerte de un ser cercano. Como consumidores insaciables de ficciones, nuestra vida se ha convertido en la mayor de las ficciones. Y el trauma llega cuando previamente se han liquidado los conflictos inherentes a la vida misma. El trauma llega cuando asoma la muerte documental que viene a sacudirnos de nuestro mundo Disneyworld; cuando estar muerto es estar muerto, sin opción a reiniciar la acción del videojuego; cuando un día se nos aparece ese fantasma documental, en nuestra vida de ficción, el trauma nos sacude. Es cuando lo irrepresentable se hace fotografía y nuestra perplejidad ante el extraño fenómeno que nos caracteriza, en tanto que seres vivos, esto es, el ser en la muerte, se dispara. Es cuando la psicología oficial nos rescata para que volvamos a la ficción con la menor carga de dolor sufrida. Porque si se evita la muerte, se quiere esquivar también el dolor natural que produce. Una vez que hemos vuelto a la ficción, la fantasía de eternidad vuelve a congratularnos con este mundo de happy ends que hemos construido.

Sociedad blanda, ideología light. No quiero volver a la biopolítica, pero hay evidentes coincidencias ideológica entre el más allá cristiano (el cielo) y el más acá científico (la promesa de una larga vida). Ambos niegan, cada uno a su manera, la muerte. Ambos niegan la radical singularidad de la vida de un sujeto que un día deja de existir. Ambos son plataformas de poder que han contribuido, antes unos y ahora otros, a desplazar la muerte de nuestras vidas y de nuestros cuerpos. Y su herramienta es la misma, el miedo y el control individual a través del miedo.

La muerte es ya el gran tabú de Occidente. Expulsada de los hogares, nos llega en los hospitales. ¿No es paradójico que un lugar de sanación se haya convertido en un lugar de muerte? En cada ciudad mediana y grande hay incluso hospitales específicos para “enfermos terminales”. Y si la llevamos al hospital es porque no sabemos qué hacer con ella. Nos molesta. Una vez que nos morimos, un cristal nos separará de los vivos en los velatorios, y marcará con claridad donde está el espacio de la vida y dónde el de la muerte. En Occidente, vida y muerte no pueden compartir espacio. La muerte en el gueto. Y ya no digamos cuando la muerte debe ser contada a un niño: En el libro que he citado más arriba, su autor recurre a Geoffrey Gorer (concretamente a su artículo “The pornography of death”), para poner en diálogo al sexo y a la muerte en tanto que objetos históricos de tabú, y pone este ejemplo que los relaciona a la infancia:

Él ha mostrado perfectamente cómo la muerte se ha convertido en un tabú y cómo, en el siglo XX, ha reemplazado al sexo como principal impedimento. Antes a los niños se les decía que los traía la cigüeña, pero asistían al gran momento del adiós en la cabecera del moribundo. Hoy en día, son iniciados desde la más tierna infancia en la fisiología del amor, pero, cuando dejan de ver a su abuelo y se extrañan, se les dice que reposa en un bello jardín entre flores.

¡Como para no ocasionar traumas cuando se presenta…! ¡Y más cuando viene en forma de accidente! Estos días, cuando los medios de comunicación hablaban de la ayuda psicológica que estaban recibiendo unos y otros para la superación del trauma, me preguntaba qué factores entran en juego para que el trauma sea mayor o menor. Por ejemplo, ¿el número de muertos totales, la magnitud del acontecimiento, influye en que el duelo personal sea más complejo? ¿Y la intoxicación mediática, la infección amarillista y la sinrazón de unos y otros intentando sacar tajada política del asunto…, que papel desempeñan a la hora de que el sufrimiento derive en trauma?

Y otra, ¿generamos traumas a medida? Quiero decir, ¿jugamos al trauma? ¿Escenificamos el dolor para cumplir las expectativas sociales – de tu familia y amigos, de tus grupos secundarios, etcétera - que hay ya creadas, teóricamente, sobre el trauma? No sé. Accidentes mortales ha habido siempre. Información extra para los más despistados: no estoy despreciando el hecho de que se genere un trauma, ni negando el dolor del duelo; solamente estoy preguntándome de qué forma los traumas fluctúan dependiendo de la época histórica en la que se esté.

Solamente si la muerte ha sido desplazada, empujada hacia el fuera de campo, explica que su sola aparición dispare el trauma. Y ya no hablamos solamente de los casos extremos de accidentes que terminan con una vida de forma fulminante; porque es una evidencia que incluso una muerte natural (y, para mí, una muerte natural es toda aquella que no se produzca en un accidente inesperado; quiero decir, que una enfermedad, por repentina que sea su aparición, y por letal que sea su transcurso, es un proceso natural, contingencias corporales que entran dentro del paquete vital) ya provoca el trauma, un trauma que hace necesaria la presencia de un profesional que nos guíe para salir del insólito camino trazado por la maldita muerte.

Los hombres y mujeres de antaño recibían la muerte, no digo con lo brazos abiertos, pero sí con una aceptación en tanto que último destino de la vida. Ahora se niega y cuando aparece, por ejemplo, como resultado final de un cáncer, el discurso es el de una épica del fracaso, “murió tras luchar incansablemente”, etcétera. Una pena. Philippe Ariès:

Todo sucede ahora como si ni yo ni tú ni los que me son caros fuéramos mortales. Técnicamente, admitimos que podemos morir, contratamos seguros de vida para preservar a los nuestros de la miseria. Pero, verdaderamente, en el fondo de nosotros mismos, nos sentimos no mortales.

De ahí el trauma. ¡O no! 



11 comentarios:

maaldi dijo...

Se vive a espaldas de la muerte para no tener que pensar en qué sentido tiene vivir. Hacerlo obligaría a transformar la sociedad actual en otra cosa... y a nadie le interesa. No es fácil ni divertido. El que se lo plantea joven es un atormentado, el que se da cuenta tarde, un depresivo.
Lo más gracioso de la muerte ajena es la reacción... ¿Se llora por la pérdida del ser querido o por la conciencia de la propia mortalidad? Cuanto más mayor, el drama es más el propio que el ajeno.
La naturaleza nos hace envejecer por algo... puede pensarse que por joder... o también como mecanismo de aceptación del final que está por llegar... Y ahí surge otra situación curiosa... La reacción a la pérdida depende de cómo se produzca. No tanto de la edad del fallecido si no de cómo haya muerto. Cabría pensar que lo de menos es el cómo, al fin y al cabo una pérdida es una pérdida... pero no... Si la muerte es repentina el dolor es brutal, mientras que si se produce después de una enfermedad, se acepta con la frase final de "ha dejado de sufrir". ¿A alquien le importa el muerto?
El que ya no está, no está... si quieres preocuparte por alguien, hazlo mientras viva. Y si quieres hacer algo, hazlo porque la muerte está a la vuelta de la esquina.

Blue dijo...

Nunca se está preparado para la muerte, pero ahora lo estamos menos que nunca. Pero no sólo para la muerte (que es un mal mayor que sabemos que tarde o temprano llegará) sino para cualquier revés, para cualquier fracaso.
Tiempos light muy difícles, estos.

Musutxuak, Kez.

India dijo...

No mortales... ¿Qué se hace más duro imaginar: que tras tu muerte no le dueles a quienes quieres o el dolor de quienes quieres?
Si es duro imaginar que no les dueles, en cierto modo, ¿se está, en un deseo interior, pidiendo cierta forma de inmortalidad? ¿se está pidiendo, en cierto modo, un tipo de "deshumanización" en el sentido de que, no te sientan ni padezcan?
Si lo que se hace duro imaginar es que les dueles, ¿es de nuevo, en cierta forma, una especie de sentido de la inmortalidad en tanto que creemos importante nuestra presencia? ¿Se nos hace duro porque querríamos protegerlos demasiado, de nuevo, pensando que ellos y nosotros estamos por encima de todo mal que se pueda sufrir?
Si la sobreprotección y la asepsia nos aleja del sentido en sí de la muerte, la dibujamos como un trauma que sanar... Y la sobreexposición a ella nos la neutraliza y somos nosotros los que nos hacemos asépticos a ella... No sé, eh? Sólo tengo preguntas...

Jordi Contreras dijo...

En parte se aceptaba mejor la muerte antes, porque tenían asegurada la continuación; a los entes físicos no nos gusta el vacío. Pero es cierto que hablar de la muerte es dar un golpe en la mesa. Quizás sea nuestra carrera espacial; empezamos enmascarando las huellas de la vejez y, ante la sospecha de imposibilidad de transformar lo físico en etéreo, seguimos atacando cualquier degeneración del cuerpo, planteándonos crear piezas de repuesto en laboratorios. Es posible que nos dé miedo porque, una vez asumido el reto, la muerte es el recuerdo de que no hay manera de conseguirlo, al menos sin dejar de ser lo que somos.

Al final, uno se pregunta sobre lo necesario de prepararse para la muerte si siempre gana ;)

Muy buen artículo, me quito el sombrero.

Kez dijo...

@maaldi, gracias por comentar. Dejas abiertas algunas preguntas y me voy a parar en alguna de ellas. El tema ha generado debate aquí y en Facebook. Curioso.

Sobre lo que dices de que a la sociedad no le interesa un cambio de mentalidad acerca de la muerte, tengo mis dudas, en cuanto a quién es el sujeto qué transforma qué. Es la historia del huevo y la galllina. Y yo sostengo el camino de enmedio. Yo soy la sociedad y la sociedad está en mí. Yo lo atribuyo más a una defecto "congénito" del sistema racionalista con el que filtramos todas nuestras experiencias. Quiero decir que el racionalismo no nos sirve, está incapacitado, para darnos una respuesta "normalizada" y "natural" sobre el hecho de morirse. La revolución burguesa ilustrada en el racionalismo pone todo su foco en el individualismo, y ahí es donde nos cortocircuitamos, todos, sin excepción con la asimilación de la muerte. Sé que esta explicación es "macro", pero es el único lugar donde tengo la impresión de acercarme a una respuesta.

Para la pregunta que planteas, de si se llora por la pérdida del ser querido o por la conciencia de la propia mortalidad, me sirven las dos respuestas como buenas, pero no se llora por un solo motivo. Están las dos opciones que tu planteas y otras muchas.

La naturaleza no nos hace envejecer por nada, ni como mecanismo de aceptación ni nada, la naturaleza no "razona". Ni tiene "por qués". Eso, por desgracia, es cosa nuestra. La naturaleza viva sigue un transcurso vital y cíclico de vida y muerte. Y ahí estamos, aunque nuestro intelecto no llegue a comprenderlo, quizás porque si hay sabiduría en esa naturaleza, no hay forma de alcanzarla. Y gracias, creo yo. Que sigamos siendo pequeños, aunque nos creamos, los hombres y mujeres, el centro del universo, solamente por tener una cosa que se llama conciencia a la que le atribuimos la característica de "verdad", cuando en realidad es un interpretación.

Sobre la muerte ajena, afecta en la medida que la vida con la persona muerta te ha afectado, para bien o para mal. También creo, claro, que en la escenificación del dolor por una muerte hay mucho teatro, un teatro y una mentira que son, precisamente, las que nos permiten vivir en sociedad.

Por lo demás, sigo tu máxima final, "si quieres hacer algo, hazlo porque la muerte está a la vuelta de la esquina", pero no solamente hacer porque voy a morir, sino, sobre todo, porque estoy vivo.

Un saludo,

Kez dijo...

@Blue, jeje, no entiendo ese maximalismo del "nunca". ¿Quieres decir que nunca en la historia de la humanidad se ha estado preparado para la muerte? Si es sí, discrepo, pero espero tu confirmación.

Luego está cuando relacionas la muerte con el fracaso. No, no. El fracaso es una vida que no se vive, nunca puede estar en una vida que se ha vivido y que, de forma natural, termina.

Aquí sigue habiendo debate. Juas! Los debates de los tiempos difíciles...

Musutxuak, Blue,

Kez dijo...

@India. La inmortalidad del recuerdo en un cuento chino. A mí personalmente, no me importa qué recuerdo dejaré y qué duración tendrá en aquellas personas a las que les he importado. Les he dado mi vida y mi muerte. Es todo lo que podemos darles.

La vida duele. La vida es conflicto. Duélase y conflictúese (que no sé si existe el término, pero bueno...) Tu muerte, tu ausencia, dolerá a quienes hayan dejado de tenerte a su lado. Que vivan el dolor, como nosotros estamos viviendo el dolor de las ausencias que hemos ido acumulando en nuestras vidas. Ahora yo pregunto, ¿de dónde viene ese vector que nos empuja a evitar el dolor? Ya no hablo solamente del dolor que puede provocar la muerte de un ser querido; hablo del dolor en general. Aspirar a una vida que no duela es tan delirante como aspirar a la inmortalidad. No sé...

No sé.

Blue dijo...

No, claro, no me refería a la historia de la humanidad sino a la nuestra.
Lo del fracaso lo decía de forma genérica, refiriéndome a cualquier revés por pequeño que sea. Pero no pasa nada, nuestros hijos aún están menos preparados que nosotros. Ahora sólo falta saber si estamos nosotros preparados para verlos sufrir. Lo sé, entro en bucle, jajaja.

;-)

Kez dijo...

@Jor_Tremech, gracias por comentar. Creo que es la primera vez que comentas, no sé si será también la primera vez que pasaste por aquí. Bienvenido.

Añades la variable "religión" y me parece pertinente, pero no estoy seguro de que antes, por ejemplo en la Edad Media, les aliviase algo la fe en el "más allá", porque también había mucho miedo incrustado en una vida temerosa en cumplir a rajatabla para tener un acceso directo al "cielo". La variable religión puede insertarse en una época en la que había mecanismos sociales que permeabilizaban la experiencia de la muerte en el propio cuerpo de las personas en su camino hacia sus respectivas muertes. Una sociedad orgánica (la medieval) que contrasta con la nuestra, individualidades atomizadas cuyo único nexo de unión es la religión consumista, que deriva en nuestro estilo de vida del que tanto nos gusta presumir.

Te diré, jeje, como ente físico que te has denominado, que ya has estado en ese vacío, antes de nacer. ¿Dónde está el problema? Jeje.

Por lo demás, "comulgo" con tu discurso, aunque para sentenciar este comentario concluyo con que la muerte no nos gana nunca, porque "ella" no lucha contra nosotros. Y dos no pelean si uno no quiere. La guerra contra "ella" es un delirio cientifista, o como se diga.

Un saludo,

India dijo...

Joder... anoche escribía en FB... primero que no disocio, y segundo que, ¿qué derecho tendría yo a robar la libertad de sentir, si es dolor que lo sea, libre es... a quienes quedan? Pero eran las 3 de la madrugada, ni yo tendría ganas de escucharme a esas horas...
De cualquier modo, el miedo puede que sea egoísta, y como la naturaleza, irracional... igual si me empeño en razonarlo, aunque sea para convencerme de que no tengo derecho a... estoy entrando en el bucle de dominar sensaciones... ¿o el miedo es más pensamiento que sensación? no sé...

Tampoco sé ese miedo al dolor, decía que a veces, la ausencia de él es la que te da la presencia de él... que notas el dolor cuando deja de ser, y no tanto cuando está... del mismo modo que hay cosas que se sienten cuando duelen, y sin dolor ni las sientes... aunque estén... pero de nuevo, miedo al dolor y a robarle esa posibilidad de sentirlo libremente a los demás... Ca! miedo egoísta, ya... (y este miedo es diferente al otro? ¿es más de pensamiento que de sensación? No sé...)

Si además... mañana mismo puedo morirme, o dentro de un poco más, y no va a dar tiempo de hacer nada más que ir tirando... y cuando llegue, ya la mesa no aceptará más apuestas... Ni idea.

F.A. Giovanni dijo...

No estamos acostumbrados a las demostraciones tempranas e inesperadas de finitud, y menos todavía a las que se resisten a pasar por el batido de los esquemas generales. Ni la guerra -o sea, el enemigo- se ha zampado a 79 personas, ni Dios con su inescrutable voluntad, ni el yihadista de turno. Tú avistas dos antihéroes, maquinista y gobierno. Yo, al tratar de empatizar, creo que no me conformaría con ninguno de los dos; en su lugar, el absurdo más absurdo se erige como autor del accidente. Cinco absurdos segundos en los que un absurdo exceso de velocidad sumado a otras absurdas circunstancias provocan el descarrilamiento. ¿Cómo digerir eso? Si el hecho de la muerte se tapa, aquí "con más razón". Los psicólogos proponen el olvido, receta homologada. Es un tema espinoso. De todas formas, el sujeto que acepta experimentar y vivir el dolor y la pérdida sin neutralizar su autonomía, es necesariamente un heredero del sujeto moderno kantiano. No hay por qué viajar atrás o hacer transbordo y abandonar el enlightenment way of life. Creo que "Occidente" conserva y produce todavía hoy muchos rudimentos para plantearnos con madurez, cada uno o varios juntos, el tema de la muerte y la finitud. Me parece que Javier Gomá, pese a algún barniz ocasional que le impone su conservadurismo, responde lucidamente a esa misma cuestión aquí lanzada en su ensayo "Aquiles en el Gineceo".
Eso es todo.
Pd: Te felicito por el post. Me has hecho darle al coco un buen rato.

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