Lo obvio es que el problema de la decepción del espectador ante cualquier acontecimiento solamente es cuestión de las expectativas puestas en dicho acontecimiento. En el espectador manda la demanda y la suya es la demanda del espectador occidental, una demanda dictatorial con respecto al acontecimiento vivido u observado, al que siempre, de forma autoritaria, le pide que ocurra algo a través de la acción.
Espectador y observador no caben en el mismo sujeto; el primero engulle imágenes mientras que el segundo come lenguaje. Además, el observador nunca tendrá esa insolencia típica del espectador que no quiere transformarse a partir de la experiencia de la acción que consume; el observador, por su parte, se estimula en la espera (no confundir con expectativa) con la vista puesta en que lo que está experimentando le narre a él mismo a través de la experiencia de la observación.
El que engulle, vomita, y el que come, caga. Lo primero es una actividad propia del rechazo; lo segundo, la actividad propia de una aceptación. Entonces, la acción de quien es espectador no contiene relato alguno, es un relato muerto en tanto que [Situación Inicial] es idéntica a [Situación Final], el objeto ha seguido una trayectoria de ida y vuelta, 'a' vuelve a ser 'a'; mientras que la acción de quien es observador sí contiene un mínimo relato, es un relato vivo en tanto que [Situación Inicial] es distinta a [Situación Final], el objeto ha transformado al sujeto y se ha transformado a sí mismo, 'a' pasa a ser 'b'. No más que un relato muerto frente a un relato vivo.
Así las cosas, ¿qué ocurre cuándo el espectador cruza la frontera y se pone del lado del acontecimiento? ¿Qué ocurre cuando, por ejemplo, va a ser fotografiado? Como buen amante de la muerte, seguramente solo se tolere a sí mismo mirando a cámara, porque una mirada a cámara, en un retrato, es la historia de una acción muerta, una historia póstuma, muerta a partir de la neutralización de dos miradas, la del retratado y la del que mira el retrato.
El espectador que mira a cámara cuando es fotografiado mata la mirada del que mira, porque prefiere espectadores antes que observadores. No quiere verse en una acción natural y espontánea, y su mirada a cámara estará acompañada de una buena dosis de posado.
En conclusión, el espectador, cuando cruza la frontera y se pone del lado del acontecimiento, se interpreta a sí mismo, y en su acción, lo que le queda de sujeto deviene en objeto. Le regala, al otro, su muerte, su relato muerto. Al espectador la vida no le interesa lo más mínimo, adora su ficción y detesta su documento.
He aquí 'shr(a)':